Francisco Cortés, el presidente actual de la Asociación de Bibliotecarios de la Iglesia en España, me pide –quizás de forma un poco temeraria— un breve texto para la Memoria de 2023. Y que lo quiere para ayer, que llega Semana Santa y nos tenemos que ir de vacaciones; y que convocamos Asamblea y tenemos que mandar la susodicha Memoria. Así que madrugo un sábado, pronto, mientras toda la sección femenina (el 75%) de casa duerme, y me pongo a redactar estas líneas y a darles un poco de sentido. Al lado tengo un café con leche humeante y las gatas no se han dignado ni tan siquiera a venir a saludar y a darme unos buenos días gatunos. Haya vida…
Bueno, al lío, que cuando escribo tiendo a divagar y quería hacer un texto cortito e intenso. ¿Qué enfoque le doy? Pues pienso que lo más coherente pueda ser, simplemente, echar la mirada hacia atrás, y hacer un poco de memoria sobre cómo empezó todo. Empecé a trabajar en la Biblioteca Pública Episcopal del Seminario de Barcelona un ya lejano 2 de noviembre de 2015.
Recuerdo perfectamente el día. Un Día de Difuntos, algo que encontré y sigo encontrando muy adecuado para nuestro entorno profesional; uno que gasta cierto humor negro y algo de incomprensión. Tengo que reconocer humildemente que cuando aterricé fue algo impactante, por la magnitud y complejidad de la propia Biblioteca en si misma; y también por el nuevo entorno social que se me abría, el de la Iglesia, que por aquel entonces era absolutamente desconocido para mí. Llegó 2016 y creo recordar que fue Imma, a la que todos conocéis, quién me habló de ABIE y de que la persona a la que sustituí era socia y que si quería serlo yo también. Pues venga. Tramité mi alta como socio, y empecé a recibir información de la Asociación. Y empecé a leeros y a introducir en mi vida personal y profesional nombres, bibliotecas y ciudades que después de 9 años ya forman parte de mi paisaje personal, humano y sobre todo, familiar.
Porque fue entonces que descubrí esta gran familia que es ABIE. Y siguió 2016 y un buen día, seguramente del último trimestre, aparecieron por la Biblioteca los por entonces presidente y tesorero, José Ángel y Diego. No recuerdo qué hacían exactamente en Barcelona. Pero sí que recuerdo que me invitaron a participar en las siguientes Jornadas Técnicas de 2017, en Madrid, en San Dámaso. Y como por entonces era mucho más inconsciente de lo que soy hoy en día –aquellas cosas que gano con la edad— pues le dije que sí. Y a Madrid que fuimos a presentar un modesta presentación sobre cinco propuestas low cost para obtener recursos para nuestras bibliotecas. Y por lo que veo en las estadísticas de ELIS algún inconsciente se la descargó este mismo mes de febrero .
Madrid fue mi primera toma de contacto con las dinámicas de la asociación y donde empecé a conoceros en persona. Mi segunda experiencia fue en 2019, en Oviedo, donde hice una presentación sobre como la digitalización estaba impactando también en los espacios físicos de nuestras bibliotecas.
Pero creo que ya casi nadie se acuerda de esta más que prescindible presentación. Lo que de verdad quedó grabado en la memoria colectiva de ABIE fue que me planté (que nos plantamos) en Oviedo con Alba, mi segunda hija, que por entonces tenía tan sólo un poco más de 2 mesecitos de vida. No me equivoco si afirmo que aun hoy todos los socios que fuimos a Oviedo se acuerdan de Alba.
Fueron pasando los años, superamos una pandemia y nos plantamos en 2022, en Salamanca. Y en Salamanca aumentó mi grado de temeridad, de locura e inconciencia, cuando propuse en Asamblea que el año siguiente, en 2023, las Jornadas de celebraran en Barcelona. Y claro, mi propuesta se aceptó por unanimidad, cual soviética tradición. No sabía en qué me metía. Me metía un maravilloso y a la vez caótico camino que fructificó en marzo de 2023 con unas excelentes Jornadas, y que fueron un éxito sobre todo gracias al enorme trabajo de Imma, de Helena (mis compañeras de Biblioteca), y de todo el personal del Seminario Conciliar de Barcelona. Y de toda la Junta de ABIE. Fue un año muy intenso, en el que tuve la sensación de que no llegábamos a tiempo y que siempre quedaban flecos y cosillas y asuntos y temas por cerrar. Disfruté mucho preparando las Jornadas. Disfruté, sí. Pero una vez y no más, Santo Tomás. En la vida cometeré esta genial locura que es organizar unas Jornadas. Y finalmente llegamos a Teruel, que existe y siempre ha existido (de hecho lo tengo a escasas 3 horitas de casa, que vivo en Tortosa) donde me he reafirmado en mi convicción, en mi seguridad, de que ABIE no es sólo una asociación profesional de bibliotecarios. ABIE es también y sobre todo una gran familia, de aquellas que eliges y aquellas que las formas tú, que son las mejores.
Y en medio de toda esta crónica, está mi paso por la Junta, que sigue aún hoy en día. Pero esta locura ya da para otro artículo.
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